LA GUERRA AL PARAGUAY: Dr. Miguel Angel De Marco.
Como bien lo han expresado Carlos A. Floria y César A. García Belsunce en Historia de los argentinos, la Guerra del Paraguay, junto con las de unificación alemana y de secesión de los Estados Unidos, constituyen los tres grandes conflictos del siglo XIX; "grandes no sólo en sus proporciones militares, sino por su trascendencia en el desarrollo posterior de la historia continental. El triunfo del binomio Bismark-Moltke sobre Dinamarca, Austria y Francia (1864-1866 y 1870) condujo a la unificación alemana bajo la égida de Prusia, y al lanzamiento del nuevo Imperio Alemán a la conquista de la hegemonía económica y política de Europa en abierta competencia con Gran Bretaña y Francia, proceso que desembocaría en la Gran Guerra de 1914-1918. La guerra de secesión (1860-1865) significó en su desenlace un poder y una estructura nacional más sólida y la conducción del país por la sociedad industrial del nordeste, factores ambos que dispusieron a los Estados Unidos a desempeñar un papel de potencia mundial a corto plazo. En cuanto a la guerra de la Triple Alianza, significó la destrucción de la única potencia mediterránea de Sudamérica y el último gran acto de una polémica secular: la disputa fronteriza entre los imperios hispano y lusitano y sus respectivos herederos" .
Enseñanzas militares
Los tres fueron un extraordinario campo de experimentación en conducción, armamentos terrestres y navales, sistemas de abastecimiento, transportes, comunicaciones, sanidad, etcétera. A su vez, quienes los condujeron, capitalizaron enseñanzas de otros grandes enfrentamientos de las décadas del 50 y el 60 del siglo XIX. La Guerra de Crimea, entre Francia, Gran Bretaña, el Piamonte y Turquía contra Rusia (1854-1856), mostró la importancia del armamento moderno en los ejércitos terrestres y en las operaciones navales; las dificultades para superar con éxito las grandes defensas costeras (a la fortaleza de Humaitá se la llamó "la Sebastopol paraguaya" en recuerdo de la inexpugnable posición rusa), la importancia del apoyo logístico en las grandes concentraciones de combatientes, la necesidad de contar con hospitales bien equipados en campaña y en la retaguardia, y hasta el interés de proveer a una buena organización de la información a los ciudadanos de los respectivos países otorgando facilidades a los corresponsales que siguiesen a los ejércitos y escuadras. Otro tanto ocurrió con la guerra que libraron Inglaterra, Francia y su aliada España en Cochinchina (1859); la lucha de Francia y el Piamonte contra los austríacos, que tuvo sus jornadas más cruentas en Magenta y Solferino (1859) (ante cuyo horror Henry Dunant concibió la idea de crear la Cruz Roja como eficaz modo de atender a las víctimas de futuros enfrentamientos bélicos) y la aventura de las fuerzas de las reinas Victoria e Isabel II y de Napoleón III para imponer un emperador mexicano, que puso en evidencia la bravura con que se defiende la propia tierra frente la agresión extranjera. Como se sabe, España e Inglaterra renunciaron pronto a tan descabellado proyecto y dejaron sola a Francia en su propósito de sostener a Maxirniliano de Habsburgo.
Mientras en México se luchaba sin pausa, los Estados Unidos entraban en su gran contienda fratricida. Ese encarnizado conflicto produjo múltiples enseñanzas: mostró el poder de los buques acorazados y la eficacia de las nuevas armas de retrocarga, la contundencia de la artillería de grueso calibre y de las baterías volantes en las batallas. Además dejó claramente evidenciado que detrás del que combate debe funcionar otro ejército que le otorgue operatividad a través de la logística. Así, los medios de transporte, la independencia coordinada de las comisiones sanitarias cooperando con el cuerpo médico, la fabricación de armamentos, la sencillez y practicidad de los uniformes, la elaboración y almacenamiento de víveres del ejército de la Unión, vencieron a las notorias deficiencias en todos esos rubros de las fuerzas confederadas.
Los cuatro contendientes en el Paraguay conocían bien estas lecciones aunque sólo pudieran aprovechadas parcial y deficientemente. El ejemplo de la organización militar del Norte en la contienda que había tocado a su fin poco antes de que se encendiera esta otra en la parte austral del continente era constantemente invocado por la prensa, por los hombres de Estado y por los diplomáticos. En carta del 16 de junio de 1865, el ministro plenipotenciario Domingo Faustino Sarmiento, que acababa de presenciar en Washington el impresionante desfile de 140.000 hombres frente a la Casa Blanca, le expresó al ministro de Relaciones Exteriores, Rufino de Elizalde, su inocultable admiración por la sencillez pero también por la eficacia del aparato militar que allí se mostraba.
A su vez, en la Guerra Franco Prusiana se recogieron útiles enseñanzas de las hostilidades de la Triple Alianza, tanto a través de informes diplomáticos y de la compulsa de la prensa, como en forma directa, mediante la terrible experiencia de Max von Versen, que había estado en el Paraguay como veedor en el ejército del mariscal López y, tras sufrir castigos y prisión, había sido rescatado por las tropas que perseguían a sus carceleros. Muchos años después, el oficial, convertido en mayor general y ayudante del káiser, propuso la adopción de la lanza de caballería argentina, cuya eficacia había comprobado durante el ataque que le dio la libertad 2. Las líneas de trincheras que tendieron los ingenieros militares europeos en la compleja geografia paraguaya fueron precursoras de las que costaron tantas vidas en los constantes ataques y contraataques para ganar palmos de terreno en la Primera Guerra Mundial.
Los protagonistas
Corresponde señalar brevemente la situación de los cuatro países protagonistas al iniciarse el gran drama que los enfrentó.
La Argentina se encontraba en medio del proceso de Organización Nacional iniciado en 1852, luego de la batalla de Caseros en la que había caído la dictadura de Rosas. tras nueve años de secesión, Buenos Aires volvió efectivamente al seno del país luego de la batalla de Pavón (17 de septiembre de 1861), pues si el 11 de noviembre de 1859, recién apagados los fragores de la batalla de Cepeda, se había acordado la incorporación del denominado Estado rebelde, éste había obsta utilizado toda posibilidad de hacerlo como una parte más de la Confederación Argentina, animado del propósito de ser siempre una especie de primus inter pares. La asunción del general Bartolomé Mitre a la presidencia de la República definitivamente unificada marcó el comienzo de una difícil época de afianzamiento institucional en la que tuvo que enfrentarse con la hostilidad latente en la mayoría de los habitantes de las provincias -excepto sus simpatizantes dentro del Partido Liberal- , que eclosionó en levantamientos como los de Chacho Peñaloza (2862-1863) y con los disensos del autonomismo porteño, inclinado a mantener a toda costa la independencia política y económica de Buenos Aires con respecto al resto del país.
Según le recordó Mitre desde las páginas de La Nación a su sucesor Sarmiento -quien lo había acusado a través de El Nacional de haberle entregado el poder sin una escolta bien uniformada ni muebles decorosos en la Casa de Gobierno-, cuando él había asumido la primera magistratura "todo el tesoro público consistía en una onza de oro falsa y dos monedas de plata de baja ley". Sin embargo, afirmó, había podido con ellas reorganizar las finanzas, construir ferrocarriles y telégrafos y realizar otras obras indispensables, aunque no le hubiese alcanzado "para renovar las sillas y los sofas". Esa situación había repercutido también en la faz defensiva interna y externa. Por otra parte, el desarrollo del país estaba acotado por el desierto -vastas regiones en poder de los indios- y por su escasez de habitantes, que no alcanzaban los dos millones, carencia que comenzó a ser paliada durante la administración de Mitre a través de la inmigración europea.
En cuanto a sus relaciones internacionales, la Argentina dedicaba los escasos recursos de que disponía a atender sus vínculos con Gran Bretaña, Francia y otras naciones de Europa. Acababan de producirse hechos que afectaban
profundamente a pueblos americanos sin que el país hubiese adoptado una postura de enérgica reprobación ante las agresiones extracontinentales. Si resultó tibia su actitud ante la aventura militar en México, no lo fue menos con respecto a a la guerra naval que España llevó a Chile y al Perú, a pesar de la presión ejercida por una parte de la prensa, por la opinión pública y por la oposición política.
Esa indiferencia frente al conflicto del Pacífico tendría su costo. Cuando la Argentina se encontraba empeñada en la guerra de la Triple Alianza, desde Chile se alentó y subsidió el levantamiento montonero de Felipe Varela.
Las relaciones con los demás países limítrofes fueron igualmente difíciles.
El Brasil contaba por entonces con casi diez millones de habitantes, de los cuales algo menos de la mitad eran negros esclavos e indios. Regido por una monarquía constitucional cuya cabeza era el emperador Pedro II, hombre entregado al estudio de las ciencias, de carácter retraído y melancólico, la vida política estaba signada por la presencia de dos grandes partidos: el Conservador y el Liberal. Pese al normal funcionamiento parlamentario, el monarca intervenía en forma directa en todas las cuestiones de Estado. Aun con convulsiones de la magnitud de la revolución republicana de Río Grande del Sur, y presiones de los terratenientes de los estados norteños, el Brasil presentaba la fisonomía de un país ordenado y progresista. No había renunciado a las pretensiones hegemónicas heredadas de Portugal, que lo habían llevado en el pasado a invadir al Uruguay y crear la República Cisplatina; a librar una guerra con la Argentina, a intervenir directa o indirectamente en sus enfrentamientos intestinos y a buscar resquicios por donde ejercer su influencia en el Paraguay. El Imperio contaba con un ejército de 30.000 hombres -dislocado en su inmensidad territorial, circunstancia que provocaría grandes dificultades de movilización al comenzar la guerra contra el Paraguay- y con una considerable marina, en la que no faltaban los modernos acorazados.
La República Oriental del Uruguay sufría aún las consecuencias de sus prolongados y tremendos enfrentamientos entre blancos y colorados, que venían desangrándola desde hacía décadas. Con una población de cuatrocientas mil almas soportaba una situación económica difícil, derivada de las escasas fuentes de recursos con que contaba y de las constantes revoluciones que agitaban su territorio. El general Venancio Flores, quien, tras haber sido derrocado en 1856 por los blancos y los colorados disidentes, había participado activamente en las luchas de la Organización Nacional argentina y comandado una división del ejército de Buenos Aires en Pavón, procuraba hacerse cargo del poder con la ayuda del Brasil. El caudillo colorado gozaba del triste privilegio de haber sido el responsable de la "matanza de Cañada de Gómez", ocurrida en noviembre de 1861, cuando sorprendió mientras dormían a fuerzas confederadas en ese punto del territorio santafesino y las eliminó sin piedad, con escaso costo de vidas para sus efectivos. Tras planear desde la propia sede de las autoridades argentinas una revolución contra el gobierno blanco de Bernardo Prudencia Berro, había desembarcado en armas en el Uruguay. En Buenos Aires, una parte de la prensa aplaudió lo ocurrido, pero en el interior del país y particularmente en Entre Ríos surgió una vasta corriente de apoyo a los blancos, concretada en el envío de voluntarios, entre los que se encontraba un hijo del general Justo José de Urquiza.
En cuanto al Paraguay, exhibía una situación interna ordenada y homogénea. Sometido a regímenes autoritarios, desde que en 1811 se había apartado de la autoridad de Buenos Aires, pasó a un completo aislamiento durante la cruel dictadura del doctor Gaspar Rodríguez Francia. Esa situación de apartamiento de las peleas que sacudían a algunos de sus vecinos, de cohesión lograda por el terror y de prosperidad dentro de un esquema económico primario pero auto suficiente, le había permitido desarrollar diversos emprendimientos tras la muerte del Supremo. Luego de un interregno gubernativo asumió la presidencia Carlos Antonio López. Sin renunciar a un autoritarismo que no conocía límites, el mandatario actuó con sagacidad e inteligencia frente a sus vecinos e incluso ante las potencias extranjeras. Mantuvo razonables buenas relaciones con la Argentina y con el Brasil, supo ser enérgico frente a las presiones de los Estados Unidos a raíz de un conflicto en el que actuó como mediador el entonces presidente Urquiza, y dio a su hijo Francisco Solano -quien debía reemplazarlo en la conducción del Paraguay cuando muriera y asumió el mando el 16 de octubre de 1862- un consejo que no cumplió: que arreglase los problemas limítrofes con la pluma y no con la espada. Mientras el resto de los países del Plata sufrían las consecuencias de sus permanentes disensos fratricidas, el Paraguay creció mediante la explotación de sus principales productos: el tabaco, la yerba mate y la madera. Construyó un ferrocarril, tendió un telégrafo, abrió una fundición de hierro y fabricó papel y tejidos. Por otro lado, suministraba una más que aceptable instrucción a sus habitantes y contaba con un ejército de casi 20.000 hombres. Distaba, eso sí, de ser una potencia militar incontrastable, como se ha afirmado tantas veces, según lo demostró fehacientemente Efraim Cardozo.
Algunos autores sostuvieron a fines de los años 60 y 70 de este siglo que la clave última para comprender la Guerra del Paraguay estaba en el imperialismo inglés. Argumentaron que hacia 1860 la crisis amenazó a la rama fundamental de la industria textil británica: la algodonera, a raíz de que la guerra civil de Estados Unidos la había privado de su principal proveedor de materia prima
Con el fin de evitar en lo sucesivo la dependencia de una fuente preponderante en el suministro de productos básicos --señalaban- la diplomacia británica buscó en el ámbito de la cuenca del Plata un aprovisionamiento alternativo de cereales en las llanuras pampeanas y uruguayas, y de algodón en el Paraguay y en el nordeste argentino. Para lograr ese propósito contaba con aliados locales dispuestos a organizar las economías vernáculas en función de las necesidades de la "metrópoli". En ese contexto era preciso eliminar el mal ejemplo del Paraguay estatista, de economía cerrada, autosuficiente y proteccionista y por tanto serio obstáculo al "librecambismo civilizador": la guerra habría sido financiada por los empresarios ingleses para dejar a los países miembros de la Triple Alianza más endeudados y dependientes que antes.
Si bien puede admitirse que ésta pudo haber sido la consecuencia final de la guerra, parece falto de sustento atribuir a Gran Bretaña la responsabilidad del conflicto. Si se tiene en cuenta que su política tradicional fue impedir el dominio hegemónico de la cuenca del Plata por alguna de las dos naciones sudamericanas que lo disputaban, nada hubiese sido más incoherente que alentar la tendencia del Imperio de Pedro II a expandir su influencia sobre el Paraguay, luego de haberla acrecentado sobre la República Oriental del Uruguay a partir de Caseros.
No es preciso buscar instigadores foráneos. La guerra fue el producto de la acción consciente de los gobiernos de los países involucrados. Que los resultados no respondieran a sus expectativas y a la postre afianzaran el control financiero británico, es otra cuestión.
Antecedentes inmediatos del conflicto
La situación política del Uruguay provocó una sucesión de acontecimientos que hicieron eclosionar viejas diferencias y alentaron otras nuevas. Al conocer el apoyo que en las esferas oficiales de la Argentina se brindaba a Venancio Flores, el general Francisco Solano López experimentó una irreprimible alarma. Buenos Aires, gobernada por Mitre, había subrayado antes de Pavón el papel del Paraguay como antemural de los propósitos expansivos del Imperio sobre la Argentina, a raíz del acercamiento entre la Confederación y el Brasil. Sin embargo, resultaban notorias las coincidencias de las alas radicales del liberalismo de ambos países. Por otra parte, los enemigos de López residentes en la Argentina contaban con una facilidad de movimientos que no podía admitir quien se había formado en la escuela del autoritarismo había recibido el poder omnímodo por mandado de su padre. En junio de 1863, el gobierno uruguayo había detenido al vapor argentino Salto, que transportaba materia de guerra para Flores, peses a la afirmación del ministro Elizalde de que la Argentina era neutral, situación que exasperó aún más a los adversarios del gobierno de Mitre e hizo pensar al presidente paraguayo, animado por el deseo de convertirse en árbitro del equilibrio en el Plata, que el gobernador de Entre Ríos y ex primer mandatario Urquiza iba a alzarse en armas contra el gobierno nacional para reinstaurar la Confederación sin Buenos Aires. Así se lo había hecho creer el cónsul de su país en Entre Ríos.
A raíz de la gran tensión existente, la Argentina y el Uruguay firmaron un protocolo por el cual ambos se declararon satisfechos con respecto a las reclamaciones recíprocas, fijaron bases de neutralidad y establecieron el arbitraje del emperador del Brasil para el caso de producirse diferencias en el futuro. Pero en septiembre llegó a Asunción un representante del presidente uruguayo Bernardo Prudencio Berro con el fin de pedir protección para la independencia uruguaya y asegurar el "equilibrio continental", expresión y fórmula que por entonces se agitaba con fuerza en el Viejo Mundo. El doctor Octavio Lapido denunció ante López lo que tituló complicidad del gobierno argentino con los revolucionarios colorados y manifestó que, si era necesario, su patria lucharía sola contra los adversarios que surgieran. El presidente paraguayo -carente de la prudencia de su padre y animado por un afan de protagonismo que según algunos se vio acrecentado durante su permanencia en la Francia de Napoleón III- cayó en un dificil y peligroso juego. En efecto, López dirigió al presidente Mitre un enérgico reclamo en nombre de los intereses de su país y del equilibrio en el Plata, acompañando las denuncias de Lapido, quien, advertido de la gravedad de la situación, procuró dar marcha atrás. López no estuvo dispuesto a ello y ofreció su mediación en el conflicto argentino-uruguayo. Esto hizo que el canciller oriental procurase modificar el protocolo y reemplazar a Pedro 11 por López como mediador. Pero el ministro de Relaciones Exteriores Elizalde respondió que hacerlo significaría desairar al emperador, y el documento quedó en definitiva como estaba. Ello acentuó el disgusto de López hacia las autoridades argentinas y originó la manifestación del canciller paraguayo de que su país prescindía de las explicaciones argentinas y que en lo sucesivo actuaría libremente con respecto a la situación uruguaya.
Brasil no quiso estar ausente en un conflicto en el que podía ganar influencia su tradicional rival, la Argentina. Favorecida su diplomacia por la asunción de un nuevo gabinete de corte decididamente liberal, dio urgentes pasos en apoyo del jefe revolucionario colorado Flores, aprovechando los reclamos de terratenientes fronterizos deseosos de extender su influencia sobre los feraces campos uruguayos, quienes argumentaban haber sufrido daños por parte de las fuerzas gubernamentales blancas. El Imperio protestó por las incursiones de tropas que perseguían a Flores, comenzó a brindarle apoyo militar y acrecentó los vínculos con los "halcones" argentinos, representados prominentemente por Elizalde .
Dicen Floria y García Belsunce: "La diplomacia brasileña se movilizó entonces para tomar parte en el problema, siguiendo las más antiguas tradiciones nacionales. Y si no podía desplazar la influencia argentina, se intentaba al menos llegar a un empate: unir la propia influencia a la argentina para limitarla en el compromiso. Brasil se lanzó entonces a apoyar francamente a Flores y adoptó una diplomacia simpática hacia Buenos Aires. La coincidencia liberal favorecía el paso y Brasil hacía coincidir sus intereses con los nuestros para su beneficio".
Por su parte expresa Efraim Cardozo: "Desde que Brasil se había hecho presente en el Estado Oriental, sin concitar la oposición argentina y despreciando la mano que le tendiera López, y desde que la prensa de Buenos Aires negaba abiertamente la autonomía paraguaya, sin tampoco merecer las tradicionales protestas brasileñas, López se consideraba autorizado a suponer que ambos países se estaban poniendo de acuerdo para fundar «nuevas bases de equilibrio en el Plata». ¿A la clásica concepción de dos potencias, el Brasil y la Argentina, que se vigilaban recíprocamente con igualdad de poderío para impedir que la independencia del Paraguay y del Uruguay se extinguiera, en beneficio del rival, venía a suceder la idea de dos países que, olvidando sus seculares antagonismos se daban la mano para proceder al reparto amigable, en porciones salomónicas, del motivo de tantas discordias, de tal suerte que el equilibrio no quedara roto porque el acrecentamiento de poder sería simultáneo y equivalente: el Uruguay para el Brasil y el Paraguay para la Argentina?".
Ante la ayuda que recibía Flores por parte del Imperio, el nuevo presidente uruguayo, Atanasio Aguirre, volvió a pedir apoyo al Paraguay. Mientras tanto, Mitre enviaba a José Mármol a Río de Janeiro para averiguar qué política seguiría el gobierno y convenir formas de acción conjunta.
Pero el Brasil ya se había lanzado resueltamente en su propósito de imponer a Flores y con él su política en la antigua Banda Oriental. Apoyándose en la amenazadora presencia de su escuadra en el Río de la Plata, envióun ultimátum al gobierno uruguayo. Descolocado por la fuerza de los acontecimientos, Mitre propuso una mediación conjunta argentino-británica ante blancos y colorados, para disminuir la influencia del Brasil, pero éste bloqueóla maniobra adhiriendo a la gestión. Como consecuencia de ella, el presidente Aguirre accedió a integrar su gabinete con ministros colorados, pero sus partidarios no quisieron que Flores ocupara la cartera de Guerra. En consecuencia, la concertación fracasó.
La situación rioplatense iba complicándose día a día y los sucesos se desarrollaban con fatal celeridad. Así, llegó a Buenos Aires un enviado del Imperio,José Antonio Saraiva, en pos de conseguir que el gobierno argentino obrase en un todo de acuerdo con el brasileño. Mitre eludió el problema con un simple ofrecimiento de colaboración que dejó al Imperio en situación de actuar sin objeción alguna. Poco después su escuadra atacaba un buque oriental, y en forma casi inmediata Saraiva impulsaba la invasión al Uruguay, que se produjo el 14 de septiembre. Paralelamente, el presidente de este último país recibía la confirmación de que el Paraguay 10 protegería sin vacilaciones.
Decidido a golpear contundentemente, López dispuso el apresamiento del Marqués de Olinda, buque de bandera brasileña que navegaba hacia Mato Grosso. La acción se produjo el 12 de noviembre de 1864. Al día siguiente el mandatario paraguayo declaró que su país se consideraba frente a un caso de guerra y dispuso la invasión de aquella lejana provincia imperial, donde no encontró resistencia. El drama que envolvería a cuatro pueblos sudamericanos entraba en su etapa decisiva.
Enterado de los acontecimientos y pese a la prédica belicista de algunos órganos de la prensa porteña, Mitre decidió redoblar los esfuerzos en su intento por mantenerse neutral. No pensaban lo mismo sus ministros Elizalde y Gelly y Obes, que veían en cuanto ocurría una especie de señal para que la Argentina contribuyese a instaurar un gobierno liberal en el Paraguay. Saraiva procuró tentar al presidente argentino ofreciéndole una alianza y el mando supremo en caso de guerra. Pero éste decidió mantener a su país alejado del crepitar de la hoguera. "Lo exigía la reorganización interna del país; lo exigía la opinión pública con el Brasil, lo exigía también la situación política de la cuenca mediterránea, donde Urquiza continuaba ejerciendo una indiscutible influencia" .
López seguía convencido de que los federales argentinos, y en primer lugar Urquiza, se alzarían contra los porteños, representados por el presidente, y respaldarían su política, lo que a la postre le permitiría jugar un papel preponderante en la vida rioplatense. Pero el mandatario entrerriano -aun después de la sangrienta toma de Paysandú (febrero de 1865) por parte de las tropas coloradas de Flores, que contaron con el auxilio de fuerzas terrestres y navales del Brasil y finalmente doblegaron la heroica resistencia de Leandro Gómez y sus subordinados, entre los que había no pocos argentinos- desoyó las incitaciones que le llegaban por distintos conductos y decidió permanecer fiel al gobierno nacional. No sólo eso: remitió al presidente Mitre la correspondencia que mostraba las intenciones y descubría las redes tendidas por el presidente paraguayo. Este, que por aguardar la decisión de Urquiza había demorado en efectivizar su auxilio al gobierno blanco, ahora encabezado por Tomás Villalba, se encontró con que el nuevo mandatario accedió a firmar un acuerdo por el cual Flores recibiría la presidencia del Uruguay. A partir de aquel 20 de febrero de 1865, Brasil contó, para repeler el ataque paraguayo, con su aliado oriental.
Y Francisco Solano López pensó en la posibilidad de declarar la guerra a
la militarmente débil República Argentina donde, si bien prevalecía en el espíritu del presidente Mitre la idea de neutralidad, se alzaban voces enfrentadas que clamaban contra Flores y el Brasil o consideraban un imperativo unir esfuerzos para derrocar a quien veían como un fiel exponente del autoritarismo y una barrera para la expansión del liberalismo en el Paraguay. Incluso entre los jefes del Ejército Argentino, profundamente divididos en sus simpatías hacia unos u otros, parecía corporizarse el fantasma de la guerra. De ello da cuenta, por ejemplo, este párrafo de la carta que el coronel Ignacio Rivas le dirigió a Mitre desde Tapalqué el 15 de diciembre de 1864, es decir, antes del cruento desenlace de Paysandú: "Si, como es probable, nosotros entramos a la lucha que el Paraguay nos provoca, es allí donde puede la Legión Extranjera prestar buenos servicios por la calidad de los hombres que la forman, y por el deseo que su jefe tiene de hacerse conocer".
Los dos contendientes consideraron indispensable emplear el territorio argentino como lugar de paso para operar contra el adversario. Brasil, consciente de la necesidad de garantizar el abastecimiento de su escuadra y de su ejército, entonces aún más débil que el paraguayo, pretendía obtener permiso del gobierno nacional con dicho objeto. Otro tanto buscaba el Paraguay, en su propósito de llevar la ofensiva hacia Río Grande del Sur. Dice el coronel Félix Best: "La zona de frontera común o de contacto territorial entre los beligerantes, por la carencia de caminos, recursos, etcétera, no era apta para operaciones militares". Por ello, ambos beligerantes pensaron en obtener el libre pasaje por la zona más directa y de condiciones operativas más favorables para dirigirse hacia sus objetivos estratégicos; esta zona era el norte de Corrientes. Mitre negó el libre tránsito pedido por el Imperio e hizo lo propio ante una solicitud similar del Paraguay, fechada el 14 de enero de 1865. En ambos casos, el presidente argentino subrayó el principio de neutralidad.
López, decidido a llevar adelante sus planes y considerándose fuerte para combatir también con la Argentina, resolvió cruzar importantes efectivos por la zona limítrofe litigiosa al sur del Paraná (nordeste de Corrientes), sin atender al urgente pedido de explicaciones formulado por Mitre en febrero de 1865, a raíz de la concentración de considerables fuerzas en ella. El 17 de marzo de 1865, el Congreso del Paraguay declaró la guerra, aunque recién notificó tal decisión el 29 de ese mes, con el fin de producir un ataque por sorpresa. La nota oficial fue recibida por el cónsul paraguayo el 8 de abril, pero siguiendo instrucciones no la entregó sino el 3 de mayo, cuando habían pasado ya varios días de la invasión a Corrientes.
La guerra
El 13 de abril, cinco buques de guerra paraguayo s se apoderaron de dos pequeñas naves argentinas, el Gualeguay y el 25 de Mayo, en la ciudad de Corrientes. Un día después, una columna al mando del general Robles tomaba la capital de la provincia del mismo nombre y se lanzaba en pos de distintos puntos estratégicos, avanzando con gran celeridad. De inmediato, y mientras ocupaban el gobierno tres adictos a los paraguayos, el mandatario Manuel Lagraña se dedicaba a organizar la resistencia, formando lo que dio en ser llamada Vanguardia Correntina. Las fuerzas de López, convertido en mariscal por el Congreso de su patria, no tuvieron demasiados miramientos con la población civil, tomaron cautivas entre las mujeres de las principales familias y enviaron prisioneros a los oficiales y tripulantes de los buques argentinos que pudieron prender, la mayoría de los cuales murieron en medio de crueles padecimientos durante el desarrollo de la guerra.
La noticia de lo ocurrido provocó la entusiasta reacción de la juventud porteña y de algunas ciudades del interior del país -como lo mostraremos en el siguiente capítulo-, pero produjo vigorosas resistencias en el resto de la República, donde algunos adversarios al gobierno consideraban preferible unirse a los paraguayos contra Mitre que combatir a su lado, mientras otros afirmaban que el verdadero enemigo no era quien había penetrado violentamente en el territorio nacional, sino el secular adversario brasileño.
Mitre dispuso diversas medidas para movilizar a un país cuyo ejército no estaba en condiciones mínimas de operatividad, y se puso de inmediato de acuerdo con el Brasil y el Uruguay para constituir una alianza. De nuevo, el Imperio veía favorecida su política de influencia en el Plata.
El 1° de mayo de 1865, Argentina, Brasil y Uruguay firmaron el 'Tratado de la 'Triple Alianza, fuente de conflictos entre quienes lo suscribieron y de acerbas críticas en la opinión pública de los respectivos países y del resto de América y Europa. Sintetizan admirablemente FIoria y García Belsunce: "Tuvo razón el historiador brasileño Joaquín Nabuco cuando dijo que nunca se había concretado un tratado tan fundamental con tanto apresuramiento. Exigidos por las circunstancias, se buscó dar forma de hecho a la alianza. Esta estuvo a punto de naufragar por la cuestión del mando de las tropas. Cuando Mitre dijo que si el mando supremo no correspondía al presidente de la República no había alianza, Almeida cedió. Como compensación, Tarnandaré recibió el mando supremo naval. El propósito confesado de la Alianza es «hacer desaparecer el gobierno de López respetando la "soberanía, independencia e integridad territorial del Paraguay". Es la primera vez en la historia, probablemente , que se aplicó un principio que si no es igual, es muy próximo al de la "rendición incondicional", pues no había posibilidad alguna de un cambio de gobierno espontaneo en Paraguay. Tampoco se respetaba la integridad territorial desde que se fijaban lo s límites el Paraguay con Brasil y Argentino con generosidad para los aliados. En realidad, los argentinos no sabían hasta dónde iban sus derechos territoriales y optaron por la reclamación más amplia. Casi inmediatamente de firmado el tratado, Brasil reacciona y a su pedido se firma un protocolo reversible que establece que los límites argentinos -fijados sobre el río Paraguay hasta Bahía Negra- son sin perjuicio de los derechos de Bolivia. Este protocolo es la primera gran derrota argentina en la alianza. Brasil había por ella neutralizado los derechos argentinos y creado un conflicto latente con Bolivia.
"También se pacta que Paraguay será obligado a pagar las deudas de guerra. Pero el grueso de las cláusulas del Tratado no está dirigido contra Paraguay sino al recíproco control de los aliados, en clara manifestación de mutua desconfianza: ninguno de los aliados podrá anexarse o establecer protectorado sobre Paraguay (cláusula 8'), no podrán hacer negociaciones ni firmar la paz por separado (cláusula 6'), se garanten recíprocamente el cumplimiento del tratado (cláusula 7')"
Y señalan los expresados autores que en el Tratado "Mitre cometió un error: se declara, en una frase elocuente y política, que la guerra es contra el gobierno de López y no contra el pueblo paraguayo. Cuatro años después, en la célebre polémica con Juan Carlos Gómez, Mitre debió rectificarse: los argentinos no habían ido al Paraguaya derribar a un tirano sino a vengar una ofensa gratuita, a reconquistar sus fronteras de hecho y de derecho, a asegurar su paz interior y exterior, y había obrado igual si el invasor hubiese sido un gobierno liberal y civilizado. Era la verdad tardía, pero también es cierto que se había ido a la guerra con menos escrúpulos contra un "régimen bárbaro".
Los brasileños quedaron descontentos con el Tratado, al que consideraron un triunfo de la diplomacia argentina en materia limítrofe, ya que había logrado la margen oriental del Paraná hasta el Iguazú y la margen occidental del Paraguay hasta el paralelo 20, es decir, había obtenido una frontera común con el Imperio, situación que éste había cuidado siempre de evitar. "Nunca la Argentina podía haber pretendido extenderse arriba del río Bermejo o como máximo del Pilcomayo. Los nuevos límites le darán una influencia decisiva sobre el Paraguay".
Desarrollo de las operaciones
Mientras la Argentina adoptaba una serie de medidas que modificaran su estado de indefensión y le permitieran desalojar al enemigo de su territorio, y el Brasil y el Uruguay ponían en marcha sus respectivas maquinarias militares para una guerra que, contra las previsiones de los más entusiastas, prometía ser larga y dificil, las tropas paraguayas alcanzaban sus objetivos pero con escaso ímpetu ofensivo. Las columnas que debían operar, respectivamente, sobre las costas del Paraná y el Uruguay para dificultar las operaciones conjuntas de los aliados, estaban comandadas por jefes mediocres, de menguados recursos estratégicos y tácticos; simples ejecutores de las órdenes de López sin capacidad alguna para modificarlas en atención a las circunstancias. El general Robles penetró en cuña, con sus 20.000 hombres, hasta Goya, donde se detuvo sin saber qué hacer. En cuanto al teniente coronel Estigarribia, con sus 11.000 soldados, se preocupó por hacerse fuerte en la ciudad brasileña de Uruguayana, sin realizar el menor movimiento ofensivo.
El general Wenceslao Paunero, nombrado comandante de las primeras fuerzas de línea que pudo despachar el gobierno argentino -pequeños batallones de infantería con alto número de efectivos extranjeros- salió a campaña y aprovechando la marcha del grueso del ejército paraguayo hacia el sur, atacó el 25 de mayo de 1865 la ciudad de Corrientes. Fue un combate denodado y heroico que no tuvo más resultado que entusiasmar a los partidarios de la guerra, pero que trajo represalias para los habitantes. El general volvió a embarcarse y se dirigió a Esquina en busca de refuerzos. Obtuvo algunas tropas enviadas por Urquiza al mando del general Manuel Hornos, con lo que pudo remontar su pequeño ejército a 2.800 hombres y 24 cañones, efectivos sin duda exiguos para enfrentar a Robles.
Pero el 11 de junio se produjo la batalla naval de Riachuelo, en que las naves brasileñas al mando del vicealmirante Barroso derrotaron a la escuadra comandada por el capitán Meza. El Paraguay no pudo reponerse de la pérdida de tres buques y seis chatas, con lo que perdió definitivamente su línea de comunicaciones fluviales con el exterior y, por ende, la posibilidad de recibir elementos de guerra. En cuanto a los aliados, a raíz de esa victoria lograron el dominio absoluto del Paraná y con ello la seguridad de los envíos de armamentos, víveres y hombres; obtuvieron facilidades para realizar operaciones combinadas contra la retaguardia de los adversarios y estuvieron en condiciones de dificultar la acción enemiga sin temor a las posiciones de artillería del Riachuelo. Así, en pocos días, se desbarató todo el plan ofensivo de López, aunque, en previsión de dificultades, el presidente y generalísimo Mitre decidió cambiar el centro de concentración de tropas argentinas a Concordia, en lugar de Goya, y fijar un punto de reunión de brasileños y uruguayos en Paysandú o en Salto.
Mientras Mitre llegaba a dicho punto de la provincia de Entre Ríos, Paunero, que había recibido órdenes de incorporarse y subordinarse a Urquiza, demoró su cumplimiento, en parte por los problemas surgidos entre las fuerzas correntinas de vanguardia, a los que se agregaban las desavenencias con el gobernador Lagraña. De pronto, en la noche del 3 al 4 de julio se produjo el desbande de las tropas entrerrianas en Basualdo, sin que Urquiza pudiera impedirlo. Miles de hombres abandonaron a su hasta entonces indiscutido jefe de Caseros, Cepeda y Pavón, renuentes a combatir junto a los porteños contra los paraguayos. Esta defección significó un duro golpe que retrasó ostensiblemente las operaciones.
En tanto el generalísimo procuraba disciplinar a sus soldados en Concordia, las tropas aliadas al mando del general Venancio Borges, entre las que se hallaban las del Primer Cuerpo de Ejército a las órdenes de Paunero, vencían al mayor Duarte en la batalla de Yatay, con escasas pérdidas para aquéllas (17 de agosto de 1865). La victoria permitió poner sitio a Uruguayana. Frente a ella se produjo el primer conflicto serio entre argentinos y brasileños. Estos se negaron a aceptar el comando de Mitre por entender que debía ejercerlo el emperador, ya que la ciudad se hallaba en territorio del Brasil. El generalísimo amenazó con repasar el río Uruguay y el almirante Tamandaré con detener el cruce a cañonazos. Finalmente llegó don Pedro II, quien pronunció la célebre frase: "Eu mando, vocé fará", que mantuvo a Mitre al frente de las operaciones. Extenuadas las tropas paraguayas, que en los últimos momentos carecían de alimentos y hasta bebían kerosene, su jefe, Estigarribia, capituló el 18 de septiembre, cuando los aliados se aprestaban a tomar la posición por asalto.
Cabe consignar que el 12 de agosto la Armada Argentina había tenido su primero y único combate realmente significativo durante la guerra, al forzar las baterías paraguayas de Paso de Cuevas, próximas al pueblo de Bella Vista. En la acción, el Guardia Nacional, buque insignia de la Escuadra a las órdenes del coronel de marina José Murature, había sufrido serias averías en su endeble casco y la desgracia de haber perdido a los guardiamarinas Enrique Py y José Ferré, hijos del comandante de la nave, Luis Py, y del ex gobernador de Corrientes Pedro Ferré, respectivamente. A partir de entonces, los buques de la Armada realizaron importantes tareas de transporte, en tanto las naves acorazadas brasileñas asumieron compromisos de mayor riesgo.
Frente a estos acontecimientos, López ordenó el 7 de octubre la retirada de la columna del Paraná, que pudo cruzar a territorio paraguayo sin que la división brasileña estacionada en Riachuelo hiciese nada por impedido. Tal conducta fue, sin duda, uno de los motivos determinantes de la prolongación de la guerra.
Avance aliado hacia el Paraguay
Con una lentitud que se explica por la heterogeneidad de las fuerzas aliadas, los frecuentes conflictos entre sus mandos intermedios y, fundamentalmente, los serios problemas para abastecer, disciplinar y armar a los combatientes -temas que constituyen la parte nuclear de este libro en lo que respecta a los argentinos- se produjo la concentración de las tropas de la Alianza en las proximidades de la ciudad de Corrientes, convertidas en extensos campamentos. Un primer hecho de armas, ocasionado por una incursión paraguaya sobre las fuerzas argentinas con apoyo de fuego de las baterías de Itapirú, la batalla de Corrales o Pehuajó (31 de enero de 1866), que pudo haber sido un triunfo con escaso costo de vidas, provocó serias bajas a la Segunda División Buenos Aires por la imprudencia y temeridad de su jefe, el coronel Emilio Conesa. El generalísimo elogió el valor de los guardias nacionales pero recomendó economizar su sangre generosa.
Para abril, Mitre comandaba un respetable ejército constituido por 60.000 hombres, de los cuales, 30.000 eran brasileños, 24.000 argentinos y 3.000 uruguayos, y con 81 piezas de artillería de diferente calibre y potencia ofensiva. Las del Ejército Argentino distaban de ser las mejores. A un año y escasos días de la invasión paraguaya a Corrientes, las fuerzas combinadas -que contaban además con un ejército de reserva de 14.000 hombres y 26 cañones comandados por el barón de Porto Alegre- invadieron el Paraguay por el Paso de la Patria.
El 16 de abril pasó la vanguardia al mando del general brasileño Manuel Osario, apoyado por el general Venancio Flores, y tomó el fuerte de Itapirú sin resistencia alguna. Esos 15.000 hombres cubrieron el cruce del resto de las tropas.
Características del terreno
Apenas instalados en sus carpas de campaña, los jefes, oficiales y soldados aliados se encontraron con la realidad de una geografía imponente por su belleza pero riesgosa para los argentinos, los uruguayos y los brasileños provenientes de regiones completamente diversas. La selva, los bosques, los grandes esteros, se presentaban con características sombrías. El enemigo podía tender eficaces emboscadas, defenderse con menor esfuerzo y tomar con mayor facilidad la ofensiva. El terreno le resultaba familiar, tanto que, mientras los infantes de los tres ejércitos aliados deshacían sus zapatos cruzando los esteros y suman lacerantes heridas provocadas por los abatís diseminados por el adversario, éste marchaba con el curtido pie descalzo, conocedor de cada accidente del camino. Las fortificaciones paraguayas, estratégicamente levantadas pues apoyaban uno de sus extremos sobre el río Paraguay y otro sobre los esteros, no sólo cerraban el camino hacia Asunción, sino que se convertían en barreras casi inexpugnables. La mayoría de los combatientes, aun los menos avisados en cuestiones militares, comprendieron que sería muy dificil avanzar en lo sucesivo. Por otra parte, el clima tropical no sólo provocaría serias molestias, particularmente a los argentinos y uruguayos, sino que ocasionaría tantas víctimas como las batallas.
El 2 de mayo comenzó una contraofensiva de López, quien atacó la posición aliada de Estero Bellaco, y fue rechazado con grandes pérdidas para ambas partes. Apenas veintidós días después, lanzó sus mejores tropas contra el campamento de Tuyutí. Fue la batalla más grande y sangrienta de América del Sur, en la que cayeron 13.000 paraguayos, entre muertos y heridos, y 4.000 aliados. En las cinco horas de combate, se registraron escenas de valor por parte de los cuatro ejércitos combatientes. Pero pese al descalabro sufrido en esta última acción por las fuerzas del mariscal López, el generalísimo aliado no logró grandes avances que le permitieran dominar las posiciones encerradas en el denominado Cuadrilátero 12.
Mitre ordenó el 17 y 18 de julio el ataque a las defensas de Sauce o Boquerón, durante el cual sufrieron grandes pérdidas, estimadas en 5.000 bajas, las fuerzas argentinas, brasileñas y orientales, y 2.000 las paraguayas. Tal fracaso se vio compensado en parte por la toma de Curuzú, el 2 de septiembre, que puso a los ejércitos de la Triple Alianza frente a las trincheras de Curupaytí. Las demoras y las lluvias permitieron que el comando paraguayo, auxiliado por ingenieros de la talla de Thompson, concluyeran las fortificaciones, tornándolas inaccesibles.
Entrevista de Yataytí Corá
Las pérdidas sufridas y la imposibilidad de abastecerse en el exterior habían mostrado palmariamente a López que la guerra estaba perdida. De ahí que intentara una paz honrosa, mediante una reunión con el presidente Bartolomé Mitre. La conferencia se realizó el 12 de septiembre de 1866 en Yataytí Corá, entre las líneas de ambos ejércitos, y en su transcurso el mariscal ofreció al mandatario argentino que se buscaran medios conciliatorios considerando que la sangre derramada había sido suficiente para lavar mutuos agravios. Mitre le contestó que no podía decidir por sí solo y que transmitiría la propuesta a los aliados y respondería por escrito. El dictador se había presentado a la entrevista "con gran séquito, en caballo blanco y con poncho color punzó y fleco de oro. El general Mitre vestía uniforme de general y gorra y el general Flores se puso, por primera vez en la campaña, su uniforme de general y con quepí".
"Mitre terminó la conferencia cambiando un látigo con él. Al general Flores le propuso también cambiar algo con él, pero éste le contestó: «Nada deseo cambiar con el señor mariscal». «Un cigarro», replicó López. «Fumo los míos», fue la respuesta seca y tal vez poco galante de este experimentado guerrero a quien, a falta de instrucción, sobran sagacidad y eficacia. Tal vez estaba resentido porque le dijo que él era el causante de la guerra" .
En Brasil, la reunión fue interpretada como un intento argentino de alcanzar la paz fuera de lo prescripto por el Tratado de la Triple Alianza, y el emperador Pedro 11 llegó a afirmar: "Abdicaré más bien que tratar con semejantes déspotas".
Rechazo de Curupaytí
El 22 de septiembre de 1866, el ejército aliado atacó las fortificaciones de Curupaytí, defendidas por trincheras y profundos fosos precedidos de espinosos abatís. El comandante de la escuadra brasileña, Tamandaré, había prometido el día anterior que destruiría "tudo isso em duas horas", pero el bombardeo de los cañones de grueso calibre no hicieron mella a las baterías paraguayas ni destruyeron los depósitos de municiones. Era unánime la idea de los componentes de las tropas argentinas y brasileñas de que morían miles de hombres en el intento. Así fue. Luego de dar la escuadra la señal de que había dañado suficientemente el objetivo, marcharon las columnas que, tras cuatro horas de denodados esfuerzos y elevadas pérdidas debieron retirarse al oír el fatídico toque del cuartel general. Los aliados sufrieron 4.000 bajas y los paraguayos, que no podían ser alcanzados desde su inconquistable posición y elegían los blancos según los grados militares que ostentaban, perdieron sólo 92 hombres. Como consecuencia de la denuncia de Mitre de que Tamandaré no había cumplido su misión, el ministro de Guerra del Brasil renunció, fueron relevados el almirante y el general barón de Porto Alegre y puesto al frente de las fuerzas brasileñas el marqués de Caxias. La mayoría de los batallones argentinos quedaron en esqueleto, algunos mandados por tenientes, y dada la magnitud del descalabro fue necesaria una larga etapa de reorganización en el campamento de Tuyutí que duró casi un año, pues recién en junio de 1867 pudo el generalísimo aliado ordenar un movimiento por el flanco del este para interponerse entre las fortificaciones del enemigo y la ciudad de Asunción. Las enfermedades y la Revoluci6n de los Colorados, que estalló en las provincias de Cuyo y determinó la marcha de varios batallones a aquellos puntos, contribuyeron a acentuar la demora. En cuanto al Brasil, las pérdidas llevaron a manumitir esclavos para incorporarlos al ejército. Las fuerzas uruguayas, diezmadas en Sauce o Boquerón y trabajadas por las dolencias y la deserción, prácticamente habían desaparecido. En otro orden, el Ejército recibía los ecos de las críticas que la prensa y la opinión pública prodigaban a la conducción militar y que tenían sus fuentes de información en las propias filas. Por cierto, la microvisión de los oficiales subalternos no les permitía conocer las causas profundas de la lentitud de las operaciones.
Pese a todo López ya estaba militarmente derrotado, y su ejército, diezmado en las acciones anteriores, llamaba a filas a los niños. Lejos de pensar en abandonar el mando y evitar con ello que su país se desangrase en una guerra sin esperanzas, seguía firme en la idea que manifestó al caer ellO de marzo de 1870 en los confines del Paraguay: "Muero con mi patria".
Etapa final de la contienda
La marcha aliada se vio obstaculizada por desesperados intentos de las fuerzas de López para detenerla, mediante acciones bélicas de diferente importancia libradas entre el 11 de agosto y el 3 de noviembre (Paracué, Pilar, Ombú, Tayí, Tataiybá, Potrero de Obella y Tuyutí, esta última particularmente gravosa para los paraguayos, que perdieron cerca de 2.500 hombres).
En aquellos momentos, cuando Mitre comenzaba a ver coronados sus esfuerzos, debió regresar al país para retomar la presidencia a raíz de la inesperada muerte del vicepresidente, Marcos Paz, víctima de la epidemia del cólera. Asumió el mando el marqués de Caxias, lo cual marcó un aceleramiento de las operaciones derivado del entusiasmo que pusieron los brasileños, hasta entonces renuentes a conceder laureles al generalísimo argentino.
Encerrado en el Cuadrilátero, López se vio forzado finalmente a evacuar por el Chaco la fortaleza de Humaitá, que quedó a cargo de una guarnición reducida y asediada por el cansancio y el hambre, y se ubicó sobre la línea del Tebicuary, con el objeto de cerrar el camino a Asunción. En julio la SebastopoI paraguaya, bombardeada sin cesar por la escuadra brasileña, comenzó a ser evacuada lentamente y en silencio, de modo que cuando las fuerzas destacadas penetraron en ella la encontraron vacía. Sin embargo sus antiguos defensores, sitiados en la Isla Poi, terminaron por rendirse.
Ubicado López en la línea de Pikiciry, que resultaba inexpugnable, fue flanqueado por el Chaco, mediante una acertada decisión táctica de Caxias, cuyas fuerzas abrieron picadas en la selva para alcanzar su objetivo. En vez de buscar otra posición más favorable, el mariscal decidió combatir en esa línea, con no más de 10.000 efectivos, formados en buena parte por ancianos y niños. El comandante en jefe de los aliados empeñó 24.000 hombres, que en sucesivos combates fueron debilitando aún más a las tropas paraguayas. Hasta que se produjo la gran batalla de Lomas Valentinas, entre el 21 y el 27 de diciembre de 1868. Antes del día 21 López ordenó el fusilamiento de su hermano Benigno, de su cuñado el general Barrios y del propio obispo de Asunción, monseñor Palacios, acusados de conspirar con el enemigo para poner fin a la contienda. Por otro lado, se acrecentaron las vejaciones y torturas a los prisioneros, entre los que se hallaban algunos jefes y oficiales aliados, como también civiles y militares extranjeros. El 27 se inició el ataque al formidable reducto de Itá Ibaté, que produjo el aniquilamiento del ejército de López, quien logró huir con un reducido grupo de fieles 14. Poco más de dos meses antes había asumido el nuevo presidente argentino, Domingo Faustino Sarmiento.
E15 de enero de 1869 los brasileños penetraban en Asunción, mientras las tropas argentinas permanecían fuera de la capital del Paraguay. En enérgica nota de don Emilio Mitre, su nuevo jefe, al marqués de Caxias, expresaba en alusión a los saqueos y atropellos perpetrados en la ciudad prácticamente abandonada: "No quiero autorizar con la presencia de la bandera argentina en la ciudad de Asunción los escándalos inauditos y vergonzosos que, perpetrados por los soldados de V.E. han tenido lugar" .
A partir de entonces comenzó la última etapa de la guerra con la persecución de López, que se refugió en los lindes montañosos con Brasil. El mariscal cayó a orillas del Aquidabán, ello de marzo de 1870, atravesado repetidas veces por la lanza del cabo brasileño conocido como Chico Diabo. Con él murió su hijo adolescente, el coronel Panchito López. La prolongada sangría sudamericana tocó a su fin con la destrucción del Paraguay y la ingente pérdida de vidas y recursos de los tres países que lo enfrentaron.
JPZ